Carlos Cruz-Diez asume el arte como invención
A sus 90 años de edad, el genio del color cuenta que construyó él mismo las máquinas que usa en su taller
Un artista es, antes que nada, un inventor. Esa es la premisa que ha guiado la carrera y la vida de Carlos Cruz-Diez en estas nueve décadas que el caraqueño recién acaba de celebrar en su taller de Panamá. De niño hacía papagayos y juguetes. “La invención no se aprende. Eso es innato. Desbarataba los juguetes que me regalaban y los armaba de otra manera, y funcionaban”, recuerda mientras conversa, sentado en su estudio, en un apartamento ubicado en la Rue Pierre Sémard, en el noveno arrondissement de París.
Esa misma pulsión que lo obligaba a armar y rearmar cacharros lo llevó a fabricarse una cámara minutera. Lo hizo imitando las características del equipo que poseía uno el padre de uno de sus amigos del barrio, que trabajaba en la plaza del mercado en Caracas, reseña Edgar Cherubini en el catálogo de la exposición Cruz-Diez en blanco y negro, que se exhibe actualmente en el Hotel Tamanaco. Más tarde, el artista, otrora ilustrador de Papel Literario, usó ese ingenio para crear sus propias máquinas industriales, que actualmente le hacen la vida más fácil a él y a sus colaboradores, en La Bucherie, su atelier parisino, donde fabrica las mundialmente famosas Fisicromías.
Una aspiradora convertida en una parte fundamental de la producción de obras de arte suena a idea descabellada, pero no lo es. Hace tiempo que Cruz-Diez desarmó uno de estos aparatos y le encontró un nuevo uso. En su taller también hay cortadoras de aluminio y otros equipos ensamblados pieza a pieza por él. Vistiendo camisa blanca y pantalón negro con tirantes, el creador explica que nunca quiso ser ingeniero, simplemente lo movió la necesidad.
Hacer sus propias máquinas era la única manera de poder poner a prueba sus teorías sobre el color.
Fue un camino marcado por el ensayo y error. Lo mismo aplica al lenguaje artístico en sí. “En la escuela se aprende un artesanado. Te enseñaban a ver, a dibujar pero no a ser artista”. En su juventud Cruz-Diez sentía que para poder llamarse a sí mismo pintor debía estar al nivel de Arturo Michelena, el académico por excelencia, pero ese ya no era, sencillamente el arte de su tiempo.
La trampa del realismo social lo desvió momentáneamente del que a la postre sería su verdadero camino: la abstracción geométrica y el cinetismo. Su generación solía creer que el artista era un reportero, un intelectual que tenía que hacer crónica de lo que estaba sucediendo y dejar constancia de lo vivido, de los problemas, de la desigualdad social. “Había que denunciar o enunciar eso. Los cuadros se vendían, pero el entusiasmo que yo tenía al principio, de ir a los barrios a hacer fotografías, a buscar documentos para hacer un discurso venezolano con el folclore y los problemas sociales no funcionó. Me di cuenta de que esa pintura no era nada, no trascendía, no aportaba nada nuevo al arte y –lo que es peor– tampoco daba solución a los problemas, ni podía competir con el folclore. No era lo mismo oír un tamunangue que pintarlo”.
El artista vivió un largo periodo de reflexión, en el que se preguntaba qué decir y cómo decirlo. Hasta que un día se dio cuenta que lo importante ya no era pintar bien, ni hacer una temática de denuncia, sino la invención en sí. “Cuando tuve claro que el arte era inventar un discurso e inventar la pintura, porque así lo habían hecho mis predecesores, todo cambió. Y es que Giotto inventa la pintura, Velásquez inventa la pintura, al igual que Mondrian y Picasso. Así que yo también me sentía en la obligación de inventar la pintura. Si quería trascender y dar algo a la sociedad tenía que inventar algo que significara un aporte al espíritu de la sociedad. Dibujar me fascinaba, me ganaba la vida dibujando, pero yo me comparaba con los grandes dibujantes de la historia. Al lado de Picasso ya no se podía hacer más nada, y ni hablar de los anteriores, de los renacentistas, de los manieristas. Todo estaba hecho de la manera más grandiosa”.
El otro problema que veía Cruz-Diez en su camino era más bien de tipo geográfico. Para la época en que estudiaba en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas, los venezolanos aún no figuraban en los libros de historia del arte que sus profesores, encabezados por Antonio Edmundo Monsanto, le daban a leer. Eso le dolía. El artista cuenta que esas ausencias, esa falta de referencias le hacían sentir excluido, en un hueco.
Newton, la manzana y el color
Newton, la manzana y el color
Fue en el color y no en la forma el campo en el que definitivamente halló su camino como artista moderno. No le cayó una manzana en la cabeza, como a Isaac Newton, pero sí se inspiró en los estudios del físico británico para realizar sus primeras experimentaciones, llamadas Color aditivo. “Cuando dos franjas de tonos distintos se tocan surge otro tono en el medio. Eso lo descubrió Newton. Tuve que informarme muchísimo. No quería fracasar de nuevo. La información la busqué en la física, en la filosofía, en la fisiología de la visión, y me daba la impresión de que todo se había hecho. Como tenía los conocimientos y las teorías me di cuenta que la inestabilidad del color se conocía desde los griegos, pero no se había hecho nada con eso en el campo del arte. El color es una circunstancia. Me dije que eso había que ponerlo de manifiesto”.
Su mayor hallazgo en este campo tiene que ver, indirectamente, con manzanas. Que existan expresiones como “verde manzana” o “rojo sangre” para describir los atributos del color daba cuenta que la humanidad siempre lo vio como un aspecto eternamente atado al objeto. “La dama de la compañía de la forma”, como la llamaban los pintores. Él logró separarlo del soporte, de la tela, lo liberó de la forma.
En sus obras, Cruz-Diez propone el color como una experiencia. “Lo que quería era que el color se mostrara haciéndose. Me dije: ¿por qué no que el arte sea realidad. Quise crear un soporte que te de esa noción de realidad, de mutación continua y evolución permanente. Eso tomó tiempo. La obra es un soporte de un acontecimiento. Las laminitas, las rayitas fue la manera que encontré para poner en evidencia que el color se está haciendo, que no viene hecho. En realidad, los impresionistas se dieron cuenta mucho antes de eso. Nos favorecieron con sus conocimientos, pintaron la realidad, la verdad de la luz, pero les faltaba la parte del movimiento. Yo tuve que inventar un soporte para hacerlo evidente. El verde con negro hace un rojo que no existe. Se conocía como teoría científica, pero no como discurso de disfrute, perceptivo, y yo, por encima de todo, escogí el color porque me da un gran placer”.
Tras la huella del artista
Tras la huella del artista
Museo Carlos-Cruz Diez
En el interior de esta pinacoteca hay una serie de obras donadas por el artista a la colección permanente. La Cámara de Cromosaturación, con sus rojos, verdes y violetas azulados, es la principal atracción. Está ubicado en la avenida Bolívar, en Caracas
Plaza Venezuela
Plaza Venezuela
La Fisiocromía homenaje a Andrés Bello forma parte del conjunto de piezas que ambientan el lugar, junto a la fuente luminosa y el Abra Solar de Alejandro Otero. A pocos metros de allí, en la torre La Previsora, se puede apreciar la puerta creada por el artista
Centro Plaza y Quebrada Honda
Centro Plaza y Quebrada Honda
En las afueras del edificio se aprecia la Fisicromía Doble Faz, que atraviesa horizontalmente el paisaje urbano de esta parte de la avenida Francisco de Miranda. En el Centro de Acción Social por la Música están las sillas decoradas por el artista
Maiquetía
Maiquetía
El piso sirve de soporte a la Ambientación cromática del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía, que data de 1974. La pieza abarca aproximadamente 2.608 metros cuadrados y es un icono que despide a los viajeros en el terminal internacional.
Guri
Guri
La Ambientación cromática en la Central Hidroeléctrica Raúl Leoni es probablemente su proyecto de obra pública más ambicioso. La primera sala tiene 260 metros de largo por 23 metros de ancho y 26 metros de alto de puro color. La segunda supera los 300 metros de largo.
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