Texto-Fobia: El Exilio del tiempo
La historia de esta novela puede resumirse como el relato que una adolescente perteneciente a una familia de la alta burguesía caraqueña venida a menos hace sobre la historia familiar a lo largo de varias generaciones; pero que se centra fundamentalmente en lo que corresponde al período de modernización de Venezuela
El exilio del tiempo (Monte Ávila, 1990) de Ana teresa Torres es una novela en clave de escritura femenina: un personaje femenino se erige en polo y radiador del texto, desde el espacio privado de la casa, desde el marco íntimo de su propia escritura que busca preservar de una forma fragmentaria y asistemática la historia de su familia por varias generaciones; y en donde la visión de esta saga familiar es inseparable del devenir histórico del país.
El sujeto de la enunciación es una mujer que jamás habla de sí misma, que va tomando forma en la narración a medida que avanza en su recopilación de las historias de otros. Se trata de un personaje que se define en el silencio de sí mismo y en el enunciado de vidas ajenas.
La historia de esta novela puede resumirse como el relato que una adolescente perteneciente a una familia de la alta burguesía caraqueña venida a menos hace sobre la historia familiar a lo largo de varias generaciones; pero que se centra fundamentalmente en lo que corresponde al período de modernización de Venezuela. La narradora pasa constantemente del plano de la esfera privada al de la esfera pública, a relacionar episodios familiares con momentos históricos como por ejemplo la dictadura gomecista, el surgimiento de la democracia, la dictadura de Pérez Jiménez y la lucha guerrillera. Todos estos elementos quedan unificados en una voz en la que prevalecen la ironía y la nostalgia.
La narradora se expresa en un estilo marcadamente oral, conversacional; y con frecuencia emplea expresiones que hacen referencia al acto comunicativo con el lector. Como señala Walter Ong en su libro Oralidad y escritura: “Los estilos no retóricos preferidos por las escritoras, por ser más íntimos y menos codificados, más vinculados a la vida privada y a las emociones profundas de la lengua materna que a las rígidas estructuras del latín culto, ayudaron a hacer de la novela lo que es: más parecida a una conversación que a una presentación desde un estrado”.
Se trata de un discurso dialogizado en la medida en que cuestiona verdades instituidas (desde el rol de la mujer hasta la historia nacional). Mijail Bajtin asocia el desarrollo de la prosa novelesca a las raíces carnavalescas del género. En El exilio del tiempo, el estilo conversacional de la narradora testigo es muy cercano a lo que Bajtin define como diatriba; esto es, el monólogo ante un interlocutor ausente, acto que permite dialogizar el pensamiento.
El espacio privado tiene una importancia fundamental y, dentro de este, la casa como reducto. Las diversas mudanzas que afronta la familia van a tono con los cambios que sufre Caracas en sus niveles de modernización. Por ejemplo, la gran casa de El Paraíso es cambiada por una en el Este de la ciudad, cuando el Oeste deja de ser el lugar de las familias acomodadas. Antes, durante la dictadura gomecista, la familia ha tenido que refugiarse en Europa, en una suerte de exilio dorado, por su oposición al régimen. Luego comienza un período de empobrecimiento progresivo y van vendiendo objetos del hogar. A esta operación que corresponde a un vaciamiento de la casa, sigue la mudanza a un apartamento pequeño, al final de la novela: Ya lo que queda de esplendor cabe en un espacio reducido y solo la memoria es la encargada de conservarlo.
Desde el punto de vista formal, la novela de Ana Teresa Torres responde a las características de la novela realista en la medida en que el significado prevalece sobre el significante. Este texto se caracteriza por lo que Roland Barthes llama “el plural parsimonioso”, es decir, por ofrecer pocas posibilidades de lectura, lo que condiciona al lector a recibir el texto de un modo unívoco. De hecho, el lector puede seguir la novela fácilmente en tanto confía en una narradora que relata aquello que ha visto o le han contado. En el estilo conversacional ya comentado se recurre permanentemente a los estilos indirecto e indirecto libre. Los cambios temporales o de voz narrativa, no muy frecuentes, son anunciados por la narradora de modo que no hay lugar para dudas, ni el lector debe realizar ninguna operación para reconstruir la historia.
El único elemento que introduce perturbación sobre la referencialidad es el tono irónico utilizado repetidamente por quien relata y, que, justamente recae sobre los aspectos emblemáticos del conservadurismo y del tradicionalismo que la joven narradora parece defender.
Hay aquí un despojo o desterritorialización; la dialéctica de continuidades y rupturas. La clave del personaje narrador que nunca habla de sí mismo está allí, en la contradicción, en una incomodidad que no trasciende el nivel del discurso, que no llega a ser nunca una crítica abierta a un modo de vida en el que la organización familiar es el reflejo del país, y en el que ella ha quedado atrapada.
La ironía es lo que introduce otra alternativa de lectura. Como señala Barthes, el remedio clásico consiste en ironizar los códigos referenciales para “nivelar el aburrimiento, el conformismo, el hastío de la repetición que los funda”. El modelo clásico permanece porque se respeta el principio de no contradicción que prevalece en los textos legibles. La alternativa de lectura consiste en la posibilidad de connotación: el sentido dado por la referencialidad no coincide necesariamente con la verdad.
Bajtin ha señalado que una de las características de la literatura carnavalizada es la presencia de la risa como una actitud estética hacia la realidad, que da estructura a la imagen, al argumento y al género. La risa es un modo de desmantelar el código dominante, puesto que relativiza los valores y cuestiona la verdad unilateral. A partir de siglos XVIII y XIX, la risa va descendiendo hacia la ironía, el humor y otras formas de risa reducida. La consecuencia de este rasgo de la carnavalización es que el resquebrajamiento del código dominante, permite captar posibilidades inéditas de personajes y situaciones. Esto es lo que Ana Teresa Torres logra al desentrañar los intríngulis de un conservadurismo familiar aparentemente monolítico.
Otro elemento que acerca la novela a la prosa carnavalizada es la inclusión de géneros intercalados como diarios personales y textos sobre saberes específicos como la farmacopea.
Una permanente coexistencia de lo alto y lo bajo como polos opuestos socialmente, socavan la estabilidad del mundo representado, ya que el abolengo de la familia se ve constantemente contrastado con otros estratos.
Todos estos elementos permiten observar que la narradora testigo relata su historia familiar desde una perspectiva periférica, basada en la oralidad como lugar de la emisión del discurso, correspondiente a su condición de sujeto relegado (en la medida en que por ser mujer está sujeta a limitaciones tradicionales) y que ofrece también una visión del país y del proceso de modernización en el que aristas que parecieran encubiertas se abren paso en una visión crítica. La subversión, la perturbación del orden, se hace desde el silencio, como si en su propio discurso la narradora se traicionara a sí misma, dejando entrever lo que a nivel de la historia querría ocultar.
El exilio del tiempo fue distinguida con el Premio Conac de Narrativa, ha sido reeditada en años posteriores y actualmente se cumplen veinticinco años de su primera edición.
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