Testimonio de Carlos Cruz-Diez. El buen decir de la palabra y la imagen
“Además de narrador, Alfredo sentía especial pasión por la fotografía. En muchas oportunidades, equipados con nuestras cámaras, fuimos juntos a fotografiar la realidad de nuestro entorno”
En 1945, trabajando como diagramador de la revista Elite en Caracas, tuve la oportunidad de conocer a Alfredo Armas Alfonzo. Me lo presentó Guillermo Meneses, quien era director de la publicación editada por la Tipografía Vargas. Su propietario, Don Juan de Guruceaga, tuvo la acertada idea de aglutinar en esa época a un importante grupo de intelectuales para nutrir las ediciones con un periodismo de primera línea.
“Te presento a un joven escritor venezolano que acaba de llegar de la provincia”, me dijo Guillermo. Alfredo provenía de Clarines con la intención de instalarse en la capital. A partir de ese momento comenzamos una entrañable amistad. Venía con frecuencia a la revista y entablábamos interesantes conversaciones con Guillermo Meneses y los personajes importantes de la literatura y la política del momento, cuando estos venían a la redacción a entregar sus artículos. Al poco tiempo Alfredo se convirtió en redactor permanente y luego en director de la misma.
Nuestra amistad surge en un momento de mi vida en que yo me preguntaba con angustia qué significaba ese país donde había nacido, un país detenido en el tiempo sin que sus problemas fundamentales encontraran solución o respuestas coherentes. Alfredo significó para mí una fuente de información fundamental y sus reflexiones mitigaban el meollo de mi incertidumbre. Colaboramos juntos en múltiples publicaciones, entre ellas la revista El Farol, la cual se convirtió en un icono cultural en Venezuela. Fui el ilustrador de sus artículos de prensa, así como de varios de sus libros, incluyendo las ediciones de sus cuentos.
Además de narrador, Alfredo sentía especial pasión por la fotografía. En muchas oportunidades, equipados con nuestras cámaras, fuimos juntos a fotografiar la realidad de nuestro entorno, a veces más dramática que placentera. Sus imágenes son el testimonio de un gran fotógrafo, con la visión, destreza y sensibilidad de captar el justo instante digno de perpetuarse. Son imágenes que denuncian la situación de olvido y desesperanza que tanto nos angustiaba. Esa vocación se la trasmitió a su hijo Ricardo Armas, cuya obra ha trascendido al patrimonio internacional de la imagen.
La obra de Alfredo, de profundo arraigo a su terruño y a sus querencias, coincide con la frase de mi amigo Alejo Carpentier, que tanto me motivó cuando, siendo pintor, estaba en busca de mi discurso: “En lo local está lo universal”.
Me regocija que esta fase creativa y testimonial de Alfredo, haya sido conservada y ahora dada a conocer gracias al interés y respeto de sus hijos y nietos por su obra.
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