El artista feliz
El domingo pasado cumplió 91 años intensamente vividos. En lo que va de 2014 lanzó una colección de vestidos con Oscar Carvallo, intervino un barco inglés, participa en varias exposiciones, acaba de publicar sus memorias y sigue trabajando a diario. Desde París, Carlos Cruz-Diez repasa su vida con gratitud y entusiasmo
Así relata Carlos Cruz-Diez, en su reciente autobiografía, el episodio de su alumbramiento. Porque fue así, por carambola, que estuvo a punto de no esparcir en este mundo su impronta de colores. Quizás por eso cuando se le pregunta cuántos años sumó este mes, dice entusiasta: “¡Cumplo 91!”.
—¿Qué consideró para seleccionar los momentos relatados en sus memorias?
—Desde un principio pensé que debería narrar las cosas gratas y amables de la vida. Recordar mis tristezas era entrar en la rutina del drama, que ya es parte de esta sociedad. Comencé a escribir mis memorias hace tres años. Mi nuera Silvia y Edgar Cherubini fueron mis correctores. Procuré contar cosas fundamentales para mí, sobre todo las más divertidas y las que ofrecieran más información.
—Recordar toda una vida debe remover emociones. ¿Cómo se sintió al revivir esos episodios?
—Cuando recordamos, el tiempo se vuelve plano. Muchas cosas tristes y jocosas reaparecen al unísono y un recuerdo te lleva a otro. Cuando narré quiénes fueron mis ancestros, lo hice para brindarles a las nuevas generaciones una semblanza de una época y una Venezuela desconocida para ellos. También va dirigida a los desmemoriados. En el siglo XXI vemos cómo retorna el caudillismo del XIX.
—Su padre y su abuelo fueron boticarios. ¿Alguna vez pensó en seguir ese oficio?
—Nunca, me interesaban otras cosas. A los 7 años quería ser aviador, pero a los 30 tenía pánico de montarme en un avión. A los 10 quería ser conductor de locomotoras, pero a los 14 estaba inmerso en hacer mis muñequitos: mi ilusión era una tira cómica que se publicara en los periódicos del mundo y le escribí a King Features Syndicate para preguntarles qué hacer para venderles un cómic. De no ser artista me hubiera gustado ser barbero o barman, profesiones ideales para novelistas. Accedes con lujo de detalles a las intimidades del más encumbrado personaje y a las del humilde barrendero.
—¿De cuáles decisiones se siente más orgulloso?
—A mi edad podría decir que no lo hice tan mal. Tomé riesgos que en la época parecían temerarios. Primero, supe escoger a la compañera que me ayudaría a estructurar una familia y mi proyecto de artista. Segundo, haber insistido en encontrar algo nuevo en un camino tan trillado como el color. Y, tercero, instalarme en París en el momento históricamente apropiado para mis propuestas. Me dicen que he tenido mucha suerte, pero yo no creo en la suerte, de niño nunca gané una rifa. Los resultados exitosos provienen del trabajo duro, la disciplina, el estudio y de tomar decisiones pragmáticas aunque a veces sean dolorosas.
—¿Cuál fue la enseñanza más importante que recibió de sus padres?
—Todas. Me inculcaron la honestidad, el respeto y el amor por el semejante. Con ellos aprendí que la persona más humilde nos puede dar información trascendental. Me enseñaron el hábito de leer, de estar siempre informado y, sobre todo, de leer entre líneas. A escudriñar la vida en busca del humor. Todo eso me ha ayudado a saber vivir hasta hoy. Por eso, se lo he transmitido a mis hijos, tomando en cuenta lo delicado que es educar.
Pintor y serenatero
—¿Hubo algún momento en el que descubrió que quería ser artista?
—Desde muy niño pasaba el tiempo dibujando e inventando juguetes. A los 17 años sentía una gran pasión por dibujar y admiraba a los grandes maestros venezolanos. Yo no quería estudiar para ser bachiller, sino para ser pintor como Michelena, Rojas, Tovar, Salas. Se lo dije a mis padres con temor, pero su reacción fue de un eufórico apoyo.
—¿Cómo era la vida del estudiante de la Escuela de Artes Plásticas?
—Fue de las épocas más felices. Antonio Edmundo Monsanto, su director, hizo de ella un lugar de encuentro de intelectuales. Existía una gran camaradería entre el profesorado y el alumnado, que contaba además con bellas mujeres de quienes todos estábamos enamorados. Los nuevos no podíamos entrar donde pintaban los desnudos. Cuando el profesor se ausentaba, corríamos a ver las modelos desnudas a través de las rendijas de las puertas del salón.
—¿Y cómo se decidió a formar un grupo de serenatas con Alfredo Sadel y Jesús Soto?
—No éramos un grupo profesional, éramos amigos y nos gustaban las parrandas… Entre ellos también estaban Juan Vicente Torrealba, René Rojas, Vinicio Adames, Chucho Sevillano, Morella Muñoz, Domingo Mendoza y varios miembros del Orfeón Universitario. Cualquier motivo bastaba para armar el bochinche. En un camión montábamos el piano, la tumbadora, las guitarras, la consabida botella de whisky, soda y una bolsa de hielo. Así llegábamos a las ventanas de las amigas a cantarles.
—¿Cómo conoció a su esposa?
—Teníamos unas amigas en la parroquia de San José a quienes llevábamos serenatas. Los vecinos nos aplaudían. Una noche miré hacia el traste de la guitarra, pero mi vista fue más lejos y descubrí a una joven muy bonita que nos escuchaba embelesada. Supe que se llamaba Mirtha y desde ese día las serenatas cambiaron de ventana… Siempre hago honores a Mirtha: con su amor, inteligencia y lucidez, entendió mi proyecto y formó a nuestros hijos para que fueran parte de él sin que ninguno perdiera su personalidad ni su independencia. Sin ese equipo, tal vez no hubiera podido realizar mi obra en la dimensión que me propuse.
—¿A qué atribuye que toda su familia siga tan involucrada con su trabajo?
—La estructura familiar que hemos logrado ha permitido a nuestros hijos desarrollar sus proyectos individuales y resolver su economía. Como resultaron gerentes eficientes, dejé en sus manos la administración de los talleres y la divulgación de mi obra. Carlos y Adriana se ocupan del Taller de París y Jorge del de Panamá. Fue de ellos la iniciativa de crear la Cruz-Diez Foundation en Houston, y el año pasado Carlos inauguró Espace-Expression en el Wynwood Art District en Miami, una innovadora sala donde un curador puede proyectar una exposición sobre un tema como si fuera para un museo. Las obras son de galerías y coleccionistas y están a la venta.
Paleta de velocidades
—Buena parte de las artes visuales ahora no tienen un soporte físico sino virtual. ¿Le parece que eso sea un riesgo para las artes plásticas?
—Yo diría que las nuevas tecnologías pueden contribuir a nuevas manifestaciones de arte, pero no anulan las anteriores. Hay quienes están rescatando la máquina de escribir por ser más segura que la computadora. Yo hice un aguafuerte hace poco, cada cosa tiene su utilidad. Diseñé una línea de accesorios para damas. ¿Por qué no? No solo es arte una tela que guinda de un clavo.
—Muchos venezolanos emigrantes están retratando sus pies sobre el Color aditivo del piso del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar. ¿Cómo se siente al ver esas fotos?
—Me conmueven profundamente. Cuánta desesperanza acompaña a los que sin ningún proyecto se ven obligados a abandonar su país. Ese testimonio nos demuestra cómo la obra de arte integrada al entorno se hace parte de nuestra historia. ¿Qué mejor respuesta puede recibir un artista?
—Para su obra ha aprovechado puertas, vitrales, plantas, vestidos. ¿Hay algún otro formato que le gustaría probar?
—Tal vez con un tren de alta velocidad. Hace años, cuando estaban cambiando la imagen de Alitalia, propuse crear una cromosaturación para el interior de los aviones. El color del ambiente se iba modificando durante las horas de vuelo. No se realizó porque presenté el proyecto demasiado tarde.
—Este año intervino un barco centenario en Inglaterra...
—Fue un encargo honorífico de la Tate Gallery de Liverpool. Era para un acto de conmemoración muy importante, la guerra de 1914. El barco se convirtió en un ícono de la ciudad y es muy visitado.
—Hace poco fue noticia una obra suya removida del jardín de un colegio francés. ¿Alguien se ha comunicado con usted?
—Las autoridades me llamaron. El funcionario encargado me escribió para excusarse del vergonzoso error e informarme que la obra será reconstruida. A pesar de la destrucción me siento satisfecho, porque la noticia ha causado un escándalo en toda Francia y va a despertar conciencia sobre el mantenimiento de las obras de arte contemporáneo.
—En su libro confiesa que dudó si podría ser un verdadero artista porque no quería convertirse en un creador atormentado como algunos colegas. ¿Ha sido un artista feliz?
—No me quejo. He disfrutado mucho la vida, he recibido grandes reconocimientos… Sé que me queda poco tiempo y trato de no desperdiciarlo. Sigo trabajando porque hay ideas que quiero dejar bien planteadas. Pero sí, me siento un hombre feliz.
—Para un artista a veces el ego es un problema. ¿Alguna vez se le subieron los humos?
—Eso es verdad. Hay artistas a los que es mejor conocer solo por su obra porque son personas indeseables. Creo que eso no llegó a pasarme porque siempre he necesitado de la gente, porque fui hijo único. Yo no soy un genio ni soy especial. Soy una persona que tenía algo que decir y que insistió.
Recuadro 1:
Caleidoscopio por escrito
Vivir en arte: recuerdos de lo que me acuerdo es el título de la autobiografía que Cruz-Diez presentó en junio. Pintado fuera de los márgenes académicos, es un relato entretenido de una vida consagrada a la creación artística. Todo está allí. Sus primeros experimentos cromáticos al hacer papagayos. Su jocoso fracaso como monaguillo, sus intentos como compositor y su desconcierto al enfrentarse por primera vez a un lienzo en blanco. Sus fotos de boda y las anécdotas como diseñador gráfico, el nacimiento de sus hijos. La mudanza a París y el florecimiento de una visión tan inédita como revolucionaria del color. La versión digital en español está disponible para Kindle en Amazon, donde ocupó el primer lugar entre los libros más vendidos de la categoría de historia del arte. La impresa podrá adquirirse a partir del 22 de septiembre en la Fundación Taller Cruz-Diez, callejón Ávila 12-58, La Florida (Chapellín), en Caracas. Teléfonos: (0212) 730 1631 y 730 4656.
Recuadro 2:
Dibujo libre
—¿Qué es lo mejor y lo peor de tener 91 años?
—Estar vivo y con una excelente memoria, la cabeza funcionando con lucidez y poder trabajar todos los días desde muy temprano, aunque a veces me falta el aire subiendo la cuesta de la rue Pierre Sémard, donde están mi taller y mi casa.
—¿Con quién se tomaría un selfie?
—Me he tomado muchas con mujeres bellísimas. No sé quién me faltaría. Tal vez con Mónica Bellucci, Nicole Kidman…
—¿El halago más extraño que ha recibido por su obra?
—“¿Y todavía, a tu edad, sigues haciendo rayitas…?”.
—Siempre ha comentado que nadie entendió sus primeras fisicromías. ¿Por qué persistió?
—Lo que planteaba era evidente y sabía que era cuestión de tiempo que los demás lo entendieran. Cuando uno sabe que tiene la razón y otros no lo ven, pues algún día lo verán.
—Hace poco la UCV le otorgó un doctorado honoris causa…
—Sí, me siento muy honrado. Tengo ese, uno de la USB y otro de la ULA. ¡Estoy consentido! (risas).
—¿En qué siente que le ha servido ser venezolano?
—En la manera de ser y el interés de entablar amistad. Siempre nos caracterizó el afecto, es un rasgo que no debería desaparecer.
—¿Un disco para escuchar mientras trabaja?
—Si el trabajo es para dentro de una hora, una salsa de Oscar D’ León. Si es para mañana por la tarde, La siesta de un fauno de Debussy.
—¿Qué obra de otro artista envidia y por qué?
—Los grabados de Rembrandt. Inventó una nueva manera de decir en el grabado.
—¿Todo tiempo pasado fue mejor?
—No. Mejor es el que voy a vivir mañana.
—¿Cómo le gustaría que lo recordaran?
—Como lo que he sido siempre: un pintor de mi tiempo.
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