ENTREVISTA SONIA SANOJA, BAILARINA, COREÓGRAFA Y POETA
Saltar entre verbo y danza
Esta fotografía de Miguel Gracia se expone en la muestra "Un gesto de Gracia", en Hacienda La Trinidad
INDIRA ROJAS | EL UNIVERSAL
domingo 26 de julio de 2015 12:00 AM
La música de fondo pierde intensidad. Ella se paraliza, agachada muy cerca del suelo. No tarda en comenzar a enderezar su cuerpo, despacio y con los brazos semi-extendidos, como si esperara algo terrible. Finalmente de pie, se adueña del espacio: ondea su cuerpo y se balancea como si tanteara el aire con movimientos ordenados, y hasta su cabellera suelta repasa la silueta imaginaria entre su espacio personal y la nada. Juega a entrar y salir de las sombras. La luz disminuye gradualmente. Ya no se ve más. Se oyen los aplausos.
Así concluye Espaciales, la última pieza que ejecutó la bailarina venezolana Sonia Sanoja sobre el escenario. Hace veintiún años que no sabe de tablas y reflectores, pero su matrimonio con la danza se mantiene inquebrantable.
"En la vida todo tiene una dinámica, el tiempo pasa inexorablemente", admite Sanoja, de 83 años. "Pero mi tiempo sobre los escenarios fue algo maravilloso que está dentro de mí todavía. Nunca he perdido mi relación con la danza, estoy en contacto con los bailarines, atenta a los espectáculos, doy clases en la Unearte. Para mí es importante saber que el conocimiento que acumulé puedo compartirlo con los jóvenes".
La coreógrafa confía en el apetito creativo de las nuevas generaciones en formación, que se lanzan a esta aventura "a sabiendas de que no será un camino fácil". Sin embargo, advierte que "el movimiento dancístico en Venezuela podría ir muchísimo más adelante con una inyección de buena voluntad" que garantice más y mejores herramientas.
Lamenta que "en esta época es cada vez más difícil tener compañías independientes", y también observa que los iniciados "necesitan las condiciones para poder desarrollar toda su creatividad". La bailarina, quien interpretó más de 60 obras entre 1960 y 1994, explica que la danza es enriquecedora, pero rigurosa. "Es una disciplina muy exigente. Se necesita una infraestructura especial, muy buena salud y mucho entusiasmo. Para eso un bailarín requiere tiempo espiritual y físico, y muchas veces es muy difícil llenar esas condiciones porque el país no las ofrece".
Galardonada con el Premio Nacional de Cultura 1998, Sanoja pertenece a una generación que deshizo las artes para volverlas a construir y se considera que en el campo de la danza aportó un lenguaje único.
"La verdad, no creo mucho en las épocas doradas, todas tienen su oro", dice, pero no puede negar que las tres décadas que disfrutó en los escenarios fueron bienaventuradas. "Algo que para mí fue importante fue encontrar una persona como Grishka Holguin, quien me introdujo en el mundo de la danza contemporánea que yo ya presentía. En ese mundo también conocí a mi esposo, el poeta Alfredo Silva Estrada; a Ida Gramcko, a la artista Gego. Esa sí puedo decir que fue una época dorada".
Poemario Sanoja
La coreógrafa venezolana vistió el movimiento con un código secreto. "Es una bestia que otea el espacio para decirnos algo", escribió en 1979 Alberto Dallal, investigador cultural mexicano, en su libro La danza contra la muerte. Dallal le concede así la furia del movimiento, al igual que la sensibilidad de convertirlo en poesía. Sanoja, quien además tiene una licenciatura en Filosofía, también se codeó con poetas, se casó con uno, e incluso fue embajadora de la palabra en sus cursos de ampliación en el Instituto Universitario de Danza.
Dos poemarios reposan sobre su mesa. Uno es del escritor venezolano Alfredo Chacón, amigo personal, y el otro es una obra de la polaca Wislawa Szymborska; libro que le obsequiaron recientemente. Además de poesías, estos textos pronuncian historias personales, atestiguando su apego por el mundo de las emociones. "La poesía siempre ha estado muy ligada a mi vida y a mi danza. Está tan íntimamente ligada a mí que no puedo decir dónde ubico lo uno y lo otro".
La misma fibra se dulcifica cuando toca hablar de América Latina, región que abrazó su trabajo con admiración y respeto, especialmente México. "Latinoamérica está íntimamente ligada a mí. Me es difícil hablar de ello sin conmoverme". Sanoja no es, sin embargo, una mujer que se nutre de álbumes fotográficos ni memorias fósiles. Además de la docencia, asegura que se ejercita diariamente. "No he abandonado mi trabajo corporal, eso me mantiene y me sostiene", dice. "Luego de levantarme, salgo a caminar. Eso me ayuda a enfrentar cada día".
Así concluye Espaciales, la última pieza que ejecutó la bailarina venezolana Sonia Sanoja sobre el escenario. Hace veintiún años que no sabe de tablas y reflectores, pero su matrimonio con la danza se mantiene inquebrantable.
"En la vida todo tiene una dinámica, el tiempo pasa inexorablemente", admite Sanoja, de 83 años. "Pero mi tiempo sobre los escenarios fue algo maravilloso que está dentro de mí todavía. Nunca he perdido mi relación con la danza, estoy en contacto con los bailarines, atenta a los espectáculos, doy clases en la Unearte. Para mí es importante saber que el conocimiento que acumulé puedo compartirlo con los jóvenes".
La coreógrafa confía en el apetito creativo de las nuevas generaciones en formación, que se lanzan a esta aventura "a sabiendas de que no será un camino fácil". Sin embargo, advierte que "el movimiento dancístico en Venezuela podría ir muchísimo más adelante con una inyección de buena voluntad" que garantice más y mejores herramientas.
Lamenta que "en esta época es cada vez más difícil tener compañías independientes", y también observa que los iniciados "necesitan las condiciones para poder desarrollar toda su creatividad". La bailarina, quien interpretó más de 60 obras entre 1960 y 1994, explica que la danza es enriquecedora, pero rigurosa. "Es una disciplina muy exigente. Se necesita una infraestructura especial, muy buena salud y mucho entusiasmo. Para eso un bailarín requiere tiempo espiritual y físico, y muchas veces es muy difícil llenar esas condiciones porque el país no las ofrece".
Galardonada con el Premio Nacional de Cultura 1998, Sanoja pertenece a una generación que deshizo las artes para volverlas a construir y se considera que en el campo de la danza aportó un lenguaje único.
"La verdad, no creo mucho en las épocas doradas, todas tienen su oro", dice, pero no puede negar que las tres décadas que disfrutó en los escenarios fueron bienaventuradas. "Algo que para mí fue importante fue encontrar una persona como Grishka Holguin, quien me introdujo en el mundo de la danza contemporánea que yo ya presentía. En ese mundo también conocí a mi esposo, el poeta Alfredo Silva Estrada; a Ida Gramcko, a la artista Gego. Esa sí puedo decir que fue una época dorada".
Poemario Sanoja
La coreógrafa venezolana vistió el movimiento con un código secreto. "Es una bestia que otea el espacio para decirnos algo", escribió en 1979 Alberto Dallal, investigador cultural mexicano, en su libro La danza contra la muerte. Dallal le concede así la furia del movimiento, al igual que la sensibilidad de convertirlo en poesía. Sanoja, quien además tiene una licenciatura en Filosofía, también se codeó con poetas, se casó con uno, e incluso fue embajadora de la palabra en sus cursos de ampliación en el Instituto Universitario de Danza.
Dos poemarios reposan sobre su mesa. Uno es del escritor venezolano Alfredo Chacón, amigo personal, y el otro es una obra de la polaca Wislawa Szymborska; libro que le obsequiaron recientemente. Además de poesías, estos textos pronuncian historias personales, atestiguando su apego por el mundo de las emociones. "La poesía siempre ha estado muy ligada a mi vida y a mi danza. Está tan íntimamente ligada a mí que no puedo decir dónde ubico lo uno y lo otro".
La misma fibra se dulcifica cuando toca hablar de América Latina, región que abrazó su trabajo con admiración y respeto, especialmente México. "Latinoamérica está íntimamente ligada a mí. Me es difícil hablar de ello sin conmoverme". Sanoja no es, sin embargo, una mujer que se nutre de álbumes fotográficos ni memorias fósiles. Además de la docencia, asegura que se ejercita diariamente. "No he abandonado mi trabajo corporal, eso me mantiene y me sostiene", dice. "Luego de levantarme, salgo a caminar. Eso me ayuda a enfrentar cada día".
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