La historia de Frida Añez en Carabobo a partir de 1950

Este blog nos narra la historia de una mujer que marcó de forma única la cultura en Valencia, Estado Carabobo entre 1950 y 2000

11 de octubre de 2015

“Diarios de vida” fue el título genérico que dio Blanco-Fombona a lo que consideró más cercano a la suya, aunque como él mismo dijo, la autobiografía estaba hecha de realidades relativas donde “solo puede exigirse la sinceridad mental del momento”. Visto así representa un testimonio histórico importante pero sobre todo un documento intelectual y creativo muy particular en nuestra literatura

Blanco-Fombona. Las artimañas del (des)cubrimiento

Rufino Blanco-Fombona / Foto Archivo
Rufino Blanco-Fombona / Foto Archivo
“Diarios de vida” fue el título genérico que dio Blanco-Fombona a lo que consideró más cercano a la suya, aunque como él mismo dijo, la autobiografía estaba hecha de realidades relativas donde “solo puede exigirse la sinceridad mental del momento”. Visto así representa un testimonio histórico importante pero sobre todo un documento intelectual y creativo muy particular en nuestra literatura
Un hecho que llama la atención es que no se haya estudiado el aporte de Rufino Blanco-Fombona a los llamados “géneros menores” o a la canibalización o mezcla de estos. Mariano Picón Salas en su imprescindible Formación y proceso de la literatura venezolana es el primero en señalar las manipulaciones genéricas que hace el escritor. Y es de sobra conocido el estudio de Ángel Rama sobre sus diarios íntimos. Pero aparte de los diarios faltan por estudiarse los panfletos (de origen muy personal como El negro Benjamin Ruiz o de índole netamente política como La Americanización del mundo); su epistolario (tanto el intelectual como el político) y varias de sus “notículas” (como él llamaba a las crónicas).
Luis Beltrán Guerrero, otro de nuestros imprescindibles afirmó, lapidario de Blanco-Fombona, que no sobrevivió a su obra y que tenía un sentido nietzscheano de la vida por aquello de sentirse “más allá del bien y del mal”. Lamentablemente su persona sí ha sobrevivido para entretenimiento de los que no logran superar la anécdota fácil. Pero a él hay que ubicarlo un tanto distante de esa falsa interpretación de Nietzsche del cual sin duda tuvo influencia, especialmente en su errático y contradictorio ateísmo y en esa mala lectura que se ha hecho del filósofo en cuanto al conflicto de razas, que en el caso de Blanco-Fombona más obedece a lo que Daiysy la Rosa denomina “Aristocracia territorial venezolana”. Mayor afinidad en todo caso la tiene con otro filósofo alemán, Arthur Schopenhauer. Esto lo apreciamos en Rufino sobre todo al referirse al triunfo de la voluntad, cuando asume el pesimismo como una posición en la vida y también, equívocamente, cuando se refiere a la intuición.
Obviar pues la presencia constante, latigueante del escritor en su obra resulta imposible. Pero esto, lejos de estropearla, sirvió de excusa para escribir lo mejor que ella tiene, me refiero a los tres volúmenes de sus diarios, agrupados en lo que Blanco-Fombona denominó Diarios de mi vida. Abarcan La novela de dos años (1904-1905, con notas de 1929); Camino de imperfección (1906-1914, con notas de 1933) y Dos años y medio de inquietud (1928-1930, con notas de los años 40). Existen otros diarios (Rubén Darío y Gómez Carrillo hablan de diarios seguramente anteriores al de 1904) y existe en la Biblioteca Nacional un diario manuscrito posterior a Dos años y medio de inquietud y que permanece inédito.
Manipular el género
Quien se dé a la grata tarea de leer estos diarios se encontrará frente a un campo de batalla. Karl Weintraub, estudioso de la autobiografía, no incluye a los diarios íntimos dentro de esta categoría, por su limitación en el tiempo, por su recorrido del día al día. Pero el caso de los diarios de Blanco-Fombona y el de otros diarios es distinto, ya que se desenvuelve entre géneros y no respeta para nada las fechas, como pudo verse cuando anoté el título de los diarios. Cada uno de ellos es complementado con notas, relatos, “intermezzos”, prólogo, notículas o aclaratorias donde median más de veinte años de diferencia. El primer tomo de sus diarios es muy evidente ya en el propio título: La novela de dos años, y aunque no es propiamente eso, podrá leerse como tal. El último capítulo, sobre todo el espléndido Viaje al Alto Orinoco parece más un entretenido relato de aventuras, aunque degenere a veces en tratado positivista o reseña antropológica. Y del relato pasa nuevamente al diario.
Pero si los diarios de Blanco-Fombona resultaron innovadores en su forma, otro tanto sucede con la temática. Blanco-Fombona no se responde a su propia pregunta “¿Para qué se escribe un diario de vida?”, pero es indudable que necesita alimentar su yoísmo y le representa una válvula de escape. Es el género más propicio a sus necesidades: la exaltación de sí mismo, el recrearse como personaje central de su obra. Esta tendencia egotista es muy común en el modernismo inicial y viene a representar un rechazo, también inicial, a los proyectos de colectivización. De este aislamiento se pasó en muchos casos a lo exótico, a la exaltación, a lo que permitiera por todos los medios mantener la distancia con el común de los mortales.
El condottiero de nuestra época
En el caso de Blanco-Fombona este vivir se convirtió en una norma básica. Él lo explica muy bien en su diario del 3 de junio de 1904 cuando dice que “en la vida de todo hombre superior, en lo que hace, piensa, goza y sufre; en sus emociones, en sus ambiciones, en sus ideas, y sobre todo en sus actos hay poesía, si es verdaderamente ser de excepción... En cambio, en la vida de una incontable mayoría, no la hay; no hay sino retórica y lugares comunes”. Luego proclama en un célebre verso “El mejor poema es el de la vida”. En otro momento se lamenta de la vida sedentaria de su amigo César Zumeta. Pero lo que él tanto pretenderá combatir, terminaría representándolo. Es reveladora la respuesta que le da al escritor Luis Yepez en una conversación, ya al final de su vida cuando este le pregunta por qué no tuvo nunca cercanía con Gómez: “Los métodos políticos de Gómez eran los míos, pero me los aplicó a mí y eso no me gustó”. Esta confesión hay que entenderla junto con aquella según la cual ya no era el que había sido. Y ahí entramos en lo que es muy común en los diarios y escritos de Blanco-Fombona: las contradicciones. Sus verdades fueron las verdades del momento y así hay que entenderlas.
Sus diarios fueron sensoriales como los de la ucraniana María Bashkirtseff y bohemios y literarios como los de los hermanos Goncourt. Lo curioso es que criticó ambos, pero fue lector de muchos otros, como el de Amiel, Stendhal y Carlyle. Es probable que la vena erótica de sus diarios tampoco tengan antecedentes en la literatura venezolana. Los de su generación buscaban plasmar eso en otros géneros, especialmente en la poesía.
Los diarios de Blanco-Fombona representan, por su contenido, un material riquísimo para el estudio de las costumbres, de la vida cotidiana, o, finalmente, para lo que los historiadores franceses desarrollaron hace muchos años y que nosotros apenas seguimos descubriendo: el estudio de las mentalidades. Los episodios eróticos de Blanco-Fombona en alta mar con Sor Dorotea o la manera como pinta el balneario de Macuto o las haciendas veraniegas de comienzos de siglo quedan retratadas en su diario, permítanme la especulación, más brillantemente que en la mejor de sus novelas, El hombre de hierro.
Hay temas que ya se venían manejando en otros diarios, como el político, que Blanco-Fombona refiere ampliamente. Sus escenas de presidio solo serán superadas por las de Pocaterra y, más recientemente, por José Vicente Abreu.
Ojalá algún día se cumpla el decreto de publicación de las obras completas de Rufino Blanco-Fombona. Es algo que se le debe a nuestro polemista por excelencia. Un hombre que pese a su carácter exaltado tuvo también convicciones muy firmes. Llevó adelante una empresa editorial que publicó por primera vez textos básicos de historia americana y dio a conocer a muchos de nuestros autores, aún a sus enemigos. Difundió los escritos y el pensamiento de Bolívar en un ambiente más hostil y en situación más precaria que la de otros. Pero él mismo, como ya dijimos, fue su mayor enemigo y auspició el que se le recordara más como espadachín del renacimiento, condottiero, en fin, como el gran violento de nuestra literatura. Pero allí están los diarios de Blanco-Fombona y la invitación a hacer una lectura por encima del decorado.

Diarios de diarios
Señalar las lagunas existentes sobre los estudios de Rufino Blanco-Fombona (1874-1944), específicamente en lo relativo a sus diarios, epistolario, panfletos y notas “marginales” (a veces hasta más importantes que el texto principal) nos lleva a una situación más dramática: no existe todavía un estudio básico sobre la historia de los géneros autobiográficos en Venezuela o de subgéneros en particular, como el diario íntimo. Otro tanto sucede con los géneros ya nombrados. Vale recordar el caso del epistolario, género que tuvo importancia esencial para los filósofos antiguos o el de la crónica y los anales que tanto han servido para la reconstrucción de la historia. Y lo más cercano a una mitología del panfleto en Venezuela es lo que el Doctor Ramón J. Velásquez recopiló en el centenar de tomos sobre el pensamiento político venezolano de los siglos XIX y XX. Estamos pues en pañales.
Seguramente quienes más conozcan los diarios y autobiografías escritos en nuestro país, sean los historiadores. Esto se debe principalmente al carácter político de los mismos más que al testimonio íntimo que tienen. En ese sentido los diarios de General Paredes, de Pío Gil, Francisco de Paula Aristiguieta o los escritos autobiográficos de Arévalo González, Pocaterra, por nombrar unos pocos, son ejemplos pertinentes de la época de Blanco-Fombona. Diarios literarios, personales, de viajes, encontramos muy de pasada, disfrazados de crónica, en un Pedro Emilio-Coll y un Manuel Díaz Rodríguez, o más tarde en Teresa de La Parra. Se sabe además de la existencia de diarios de escritores importantes que duermen el sueño eterno por impedimentos esencialmente familiares. Y si Blanco-Fombona no hubiese editado personalmente su diario es probable que la literatura venezolana se hubiese privado del testimonio personal más importante de este siglo.
De otra manera ¿cómo se explica que parte de este permanezca inédito?
Hoy las autobiografías y los diarios en particular siguen siendo poco populares. Son los poetas quienes más han hecho uso de ellas. De los más recientes cabe destacar el de Ramón Ordaz (Diario de derrota, que más que diario son reflexiones casi aforísticas), el de Armando Rojas Guardia y el de Alejandro Oliveros. Seguramente habrá otros que se conocerán con los años. Son los poetas los que parecen más dispuestos a exhibirse. De los novelistas tenemos que los diarios y memorias de Argenis Rodríguez siguen siendo una referencia. El filósofo Ludovico Silva también dejó un extenso diario íntimo. Actualmente Javier Vidal publica semanalmente su Diario en gerundio. En el plano artístico se conocen unos pocos, más apuntes que otra cosa. Por ahora el más importante y extenso es el de Miguel Von Dangel, publicado parcialmente en el libro La batalla de San Romano.
No tendría nada de raro que en los próximos años cambie esta situación ya que en otros países, y muy específicamente en España, se han hecho aportes importantes de y sobre el tema. Y en este mismo Papel Literario pudimos leer hace unos meses la serie “Autorretratos”. Pareciera como que hay una necesidad de volver a desacralizar a nuestros intelectuales, de despejar ciertas aureolas.
De todas formas, diarios como los de Blanco-Fombona, con ese yoísmo desaforado y esa vehemencia, es poco probable que se repitan.

Rufino en tres tiempos
Por Jesús Sanoja Hernández
En Blanco-Fombona todo pasa por la primera persona. La yoización es en él filtro de las otras personas: “tú”, “él”, “nosotros” y “ellos” existen solo en función de ese narrador omnipotente y abusivo. El conjunto de sus diarios (así como los panfletos y su poesía civil o política) revelan al amante de sí mismo. Lo que lo une a Pocaterra es el hecho de ser un escritor de oficio y lo que lo separa es que Pocaterra en Memorias de un venezolano de la decadencia concede la palabra al “otro”, no obstante su escondido afán de autoelogios. Ambos se diferencian de Antonio Paredes y Francisco de Paula Aristiguieta (para poner ejemplos en que aparecen, en dos visiones, el castrismo y el gomecismo). Ni Paredes ni Aristiguieta eran profesionales de la escritura, o esclavos ella, como Pocaterra y Blanco-Fombona, y por lo mismo sus narraciones carecen de vivacidad, planos subjetivos dramáticos y alteraciones violentas del ritmo.
La polémica permanente es otro de los elementos confluyentes en Pocaterra y aquel que mentaban simplemente Rufino. Con todos y por todo andaban en son de guerra y de pronto, más en el segundo que en el primero, los amigos se trocaban en enemigos y a la inversa. Y también es cierto que Blanco-Fombona defendía más su obra que Pocaterra, quien más se preocupaba por dimensionar su actuación política (o responsabilidad de escritor) que de privilegiar, como pionera o de excelencia, su escritura. No era su empeño discutir méritos o privilegios a los de su tiempo.
De los diarios de Blanco-Fombona pueden extraerse diferentes discursos yoizados, de los cuales resumiré tres: la aventura, el testimonio político y la vanidad literaria. Boersners, inventariador de libros viejos y apasionado lector de los diarios, califica la relación de su viaje al Alto Orinoco como “relato de aventuras”, en la cual habría que discernir, añado yo, la parte descriptiva, ya presente en exploradores de nuestra Guayana y la violenta, de donde emergen personajes reales de la Amazonas cauchera, como Víctor M. Aldana, símbolo de un submundo de maleantes y delincuentes, y personaje de ficción como los de la Guayana cruzada por el Yuruari y el Cuyuní: Cholo Párima y aquellos que aceptan el reto para probar el machismo, tal es el caso de Marcos Vargas. Años después de la aventura de Blanco-Fombona, en Amazonas se iniciaría la obscura saga de Funes-Arévalo Cedeño.
Más de una vez he citado la parte de los diarios referida a la “semana trágica”, la que discurrió entre el 13 de diciembre de 1908, cuando se produjo la manifestación antiholandesa en la Plaza Bolívar, y el 19-20 de diciembre, cuando Gómez se adueñó definitivamente del poder. No perdería la oportunidad Rufino para perfilar su figura en medio de la multitud que se dirigió hacia El Constitucional, “la pútrida y turiferaria publicación” del castrismo, dirigida por “el negro puertorriqueño Gumersindo Rivas”, para asaltarla. Aseguraba haber capitaneado finalmente aquella masa insurgente: “Desde ese instante quedé convertido, sin proponérmelo, en leader de esa manga de pueblo. Hablé en San Francisco; me aclamaron. Hablé de nuevo en la Plaza del Panteón. Recorrimos la ciudad y rompimos cuantos bustos y retratos de Castro encontramos. Deseaban asaltar la casa de una querida de Rivas. Me opuse. Dije que era una cobardía haberse retirado de El Constitucional, porque lo defendían hombres, e ir a atacar ahora a mujeres indefensas”.
Los párrafos de los diarios dedicados a demostrar su papel de vanguardia en la poesía, la originalidad de sus enfoques críticos, la autoría de frases y libro acerca de los cuales otros proclamaban paternidad o antecedentes, son numerosos y abundan asimismo en sus volúmenes polémicos. Toda esa vanidad literaria quedó compensada por la iniciativa de destacados intelectuales de España quienes pidieron para él el Nobel de Literatura de 1925: Valle-Inclán, Pérez de Ayala, Menénez Pidal, Gómez de Baquero, y Julián Besteiro, entre otros.
El quinquenio posterior fue rico en juicios literarios, algunos de marcada importancia, por referirse a “la generación del 28”. Admiró a García Lorca, “un muchacho andaluz, de Granada”, y advirtió el valor de Alberti, “aunque le gustaba muchísimo menos que Lorca". En Guillén veía materia prima, pero en Salinas muy poco. Conste que tal apreciación lleva a cuestas 70 años.

*Publicado el 20 de diciembre de 1998

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