La historia de Frida Añez en Carabobo a partir de 1950

Este blog nos narra la historia de una mujer que marcó de forma única la cultura en Valencia, Estado Carabobo entre 1950 y 2000

15 de enero de 2016

Desde el domingo pasado, el nombre del escultor holandés-venezolano Cornelis Zitman pasó a formar parte del “salón de la fama” en el arte venezolano. Para quienes le conocieron, su legado no trata solo de su trabajo sino de su amabilidad y gentilicio que lo convirtieron en un gran artista

Encuentros entre líneas: Retratar a Cornelis Zitman

Cornelis Zitman (1983) / De la serie “Frente al Espejo” por Vasco Szinetar
Cornelis Zitman (1983) / De la serie “Frente al Espejo” por Vasco Szinetar
Desde el domingo pasado, el nombre del escultor holandés-venezolano pasó a formar parte del “salón de la fama” en el arte venezolano. Para quienes le conocieron, su legado no trata solo de su trabajo sino de su amabilidad y gentilicio que lo convirtieron en un gran artista
–Yo no soy hombre de color... yo pintaría el mundo de blanco.
–¿De blanco y negro?
–No, porque el negro ya lo da la falta de luz
Cornelis Zitman se consagró un lugar entre los reconocidos nombres del arte venezolano. Holandés de nacimiento, hizo de Venezuela su hogar en 1947. Entonces tenía 21 años. Sus primeros intentos fueron en la pintura, pero se dio cuenta de que se relacionaba mejor con la escultura por su tridimensionalidad. Sin embargo, nunca dejó de dibujar: “dentro de la falta de pretensión y la humildad del dibujo yo encuentro una inmensa riqueza, algo que me es muy grato”, admitió una vez a Maria Elena Ramos.
Dividió su trabajo entre el dibujo y la escultura. El primero fue parte de su infancia y de su formación holandesa; la escultura vino después, como una forma de alcanzar algo a lo que no podía llegar en papel. Trataba ambas formas como idiomas que el pintor, y el escultor, deben entender y ser capaz de traducir. Y siempre guardó una especial conexión con el dibujo: “He tardado muchísimo en encontrar un idioma que yo pueda hablar en la escultura, pero sí he aprendido muchos idiomas en el dibujo. Ahora, la relación que existe entre los dos es que mi escultura prácticamente son miles de dibujos en uno y esos dibujos se dan vuelta en el espacio”.
A través de su escultura, Zitman buscaba reproducir exageradamente la morfología de los indígenas venezolanos, especialmente el cuerpo femenino. Su obra de alguna manera jugó con un “supuesto tipo racial” –así lo puso la curadora María Elena Ramos– que marcó el camino para la escultura figurativa en Venezuela. Fue, según el diseñador John Lange, uno de los artistas más constantes de la época. Su legado descansa en “la particularidad de su obra, que se aleja de lo abstracto pero continúa siendo contemporáneo” y también –sobre todo– en la forma en que logró retratar tan “espectacularmente” la identidad de la mujer venezolana.
El arte de Cornelis Zitman fue un arte muy sensible. Era un “constructor de imágenes” –como se refería a sí mismo.
“Un gran artista, una gran persona”
Carlos Germán Rojas le fotografió en 2007 cuando la Alcaldía de Baruta armó una colección con los artistas que participaron en la FIA ese año. Él y Zitman se habían conocido en los ‘80 y lo primero que impresionó al fotógrafo fue la altura –muy europea– del escultor. “Pero aún más impactante fue su personalidad”, dijo Rojas. El holandés-venezolano fue siempre reconocido por su sencillez y calma. “Era siempre amable con todos los que trabajaban con él”, recordó el fotógrafo.
“¡Cónfiro!”, dijo varias veces en su entrevista con María Elena Ramos, dándole un pequeño tono gracioso a sus respuestas. “Yo me río mucho, y no me tomo en serio”, admitió cuando la curadora le preguntó sobre el humor impulsada por su amistad con Zapata, aunque le admiraba más por su arte. En ese encuentro el artista también se refirió a las demás artes y confesó que sobre todo disfrutaba de la música.
El fotógrafo Vasco Szinetar también describe a Cornelis Zitman como un hombre con sentido del humor, muy grato y amable. Se conocieron brevemente en la casa del escultor, en La Trinidad, mientras lo retrataba. Fue en 1983. Zitman, cuenta Szinetar, siempre fue de estos personajes que entienden el trabajo fotográfico y colaboran todo el tiempo. De aquel encuentro le ha quedado una grata sensación.
“Era un gran artista, y sobre todo una gran persona”, comentó John Lange. Su amistad comenzó luego de trabajar juntos en el libro de Bárbara Brändli, Los hijos de la luna, en 1974. Lo recuerda como un hombre afable y muy especial con sus amigos. “Siempre te recibía en su casa con amabilidad y con un gentilicio muy particular”.
“Yo creo que no soy típicamente un artista. Creo que soy todo lo contrario de lo que se puede tener como ridícula imagen de un artista: el bohemio, el soñador. Yo sí sueño, pero de una forma muy seria. Soy muy práctico, he estado metido en la industria, en la universidad, en muchas experiencias donde sentía que era capaz de hacer muchas cosas muy positivas. Y he regresado de todo eso un poco desilusionado, pero me he reencontrado en la escultura, y creo que la escultura me ha abrazado a mí, porque para mí es un refugio”.

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