La historia de Frida Añez en Carabobo a partir de 1950

Este blog nos narra la historia de una mujer que marcó de forma única la cultura en Valencia, Estado Carabobo entre 1950 y 2000

22 de mayo de 2012

Frida Añez y Miguel Arroyo pertenecen a una Venezuela que apostaba al porvenir y escribir la historia de la nación con trabajo y fe, ella en Valencia a su manera y él en Caracas, reconciliados con su presente pero con una gran confianza en el porvenir del arte y la modernización del país al que entregaron sus vidas Arroyo fue pionero en la cerámica venezolana y la difusión de sus orígenes en el país, Frida del mecenazgo a los artistas y artesanos del fuego


Entre Arroyos te veas, Miguel y Diego

Simón Alberto Consalvi

Domingo, 20 de mayo de 2012









   Foto: Google




















Este quiere ser un libro de reconciliación con el país. Reconciliación con su historia a través de su cultura. Reconciliación entre las rupturas que han configurado el devenir de la actualidad nacional y el continuo que corre por debajo de esas rupturas. Reconciliación con el presente mediada por el testimonio del pasado y estimulada por una cauta confianza, pero confianza al fin, en el porvenir". Estas son las palabras con que Diego Arroyo Gil abre las páginas de la biografía de Miguel Arroyo, número 149 y penúltimo de la BBV. Me detengo en ellas, y diré por qué.

Diego anda en los 25-26 años de edad, y se enfrenta a todo un complejo y extenso proceso de la cultura venezolana a través de uno de los protagonistas de mayor relieve.

Estas palabras traducen la comprensión del biógrafo de que el biografiado es una figura histórica, y por consiguiente su vida y su obra no son las de un creador solitario, sino las de un personaje que trasciende la aventura individual.

De ahí que su biografía pueda prestarse para proponer o propiciar esa reconciliación con el país, luego de ajustar cuentas y poner las cartas sobre la mesa con absoluta lealtad. Reconciliación implica también reconocimiento. Valoración de creencias comunes, aceptación de que en la historia prevalecen y prevalecerán la persona humana y sus obras. Que en última instancia, la cultura nos redime, y es lo que sobrevive como el gran legado.

Coincidencia de apellidos y no más, un Arroyo sobre otro Arroyo. Ningún vínculo familiar. Al biógrafo lo sedujo la personalidad del gran director del Museo de Bellas Artes, y se dispuso a investigar e indagar para escribir una historia que la amistad no me impedirá llamar ejemplar por el elegante arte del estilo, la rigurosidad en el análisis, la valoración del pasado, el fervor venezolano. Para entender al biografiado y su trascendental contribución a la cultura venezolana conviene leer y releer el capítulo "Miguel Arroyo y el Museo de Bellas Artes. Evocación de una época (1959-1976)".

Pero, dado que estos no son papeles para quemar sino para regocijarse, vayamos por partes. Hay etapas esenciales en la vida de Miguel Arroyo, obviamente no tan conocidas como su etapa del museo, pero que explican su relevancia como director. Por eso es preciso detenerse en el capítulo "Regreso de dos ciudades". La explicación del biógrafo es preliminar: "Hay viajes que cambian la vida para siempre, viajes que prometen una posteridad, que ellos mismos son una posteridad, viajes que desean un porvenir y que hallan ese porvenir en el destino de un hombre".

Estamos en 1938. Miguel tiene 18 años cuando es contratado como asistente del pintor Luis Alfredo López Méndez para la decoración del Pabellón de Venezuela en la Feria Mundial de Nueva York que se abriría en 1939. La feria es un gran espectáculo y un signo de optimismo en el destino humano. No hay duda de que la experiencia marca al joven artista.

Otro viaje no fue menos capital en la formación de Miguel. En 1946 ganó por concurso una beca del Ministerio de Educación para estudiar Educación Artística en el Carnegie Institute of Technology de Pittsburgh. Su proyecto personal era estudiar Historia del Arte en la Universidad de Columbia, pero fue la primera alternativa la que se le dio.

Pittsburgh era otro gran centro de cultura. En 1948 regresó a Venezuela y se reintegró a sus tareas pedagógicas en el Liceo Aplicación. Las artes plásticas comienzan a vivir una gran época en Venezuela. Aparece el movimiento de Los Disidentes, cuyo manifiesto lanzan desde París los jóvenes pintores radicados en Francia. Miguel vive otra gran experiencia con Carlos Raúl Villanueva en la UCV y su gran proyecto de integración de las artes.

Es el momento de regresar al capítulo "Miguel Arroyo y el Museo de Bellas Artes. Evocación de una época (19591976)". No cabe duda, Miguel se había preparado, había estudiado a fondo el arte y su historia, el venezolano, el mundial, el latinoamericano.

Diego analiza la obra de Miguel frente al museo.

La transformación extraordinaria del MBA. Fueron años de esplendor. No obstante, en 1974 surgió la idea de crear la GAN y dividir el MBA.

Digo que este capítulo da innumerables claves. Miguel se opuso a la idea. Los argumentos fueron desechados. Cuando se formuló el presupuesto para 1975, al MBA se le asignó prácticamente el que tenía, 820.555.00 bolívares, para personal, programación, etc. A la GAN (que aún no existía) se le destinaron 1.026.848.00. A Miguel no le quedó otra alternativa que la renuncia, y la entrega a otros grandes proyectos de su vida. Conviene detenerse en las programaciones del MBA durante aquellos años.

En los nombres de los grandes pintores universales cuyas obras fueron vistas por primera vez en Venezuela. Leer estas páginas, tan excelentemente documentadas y escritas, nos invita a visitar un tiempo excepcional de la cultura venezolana. Quiso Diego que con su biografía Miguel saliera de la plaza en hombros. El joven escritor siguió los pasos del maestro, y también salió en hombros.

fuente:elnacional.com

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