Colette Delozanne: El arte de dar textura al tiempo
La ceramista y escultora francesa ha descubierto la forma de tensar a su antojo los hilos del tiempo.
La artista inagura hoy "Petit format" en la Galería Azularte de El Hatillo (Fotos Nicola Rocco)
MARÍA GABRIELA FERNÁNDEZ B. | EL UNIVERSAL
domingo 31 de mayo de 2015 10:17 AM
Se detiene enfrente de un teatrino italiano y fija la mirada en los personajes de cartón. Cuando lo enciende, deja sonar una versión monofónica de Para Elisa, de Beethoven, que acaricia, danzarina, a cada mueble, pieza y libro de la sala de estar. Ella esboza una sonrisa. "Ojalá la gente se volviera a interesar en lo humano, en el arte", dice de repente.
La ceramista y escultora francesa residenciada en Venezuela Colette Delozanne, ganadora en 1977 del Premio Nacional de Escultura, ha descubierto la forma de tensar a su antojo los hilos del tiempo. Su casa, una guarida de belleza insospechable antes de entrar, contiene, al menos, una centena de las figuras sagradas creadas por ella, como si se tratara de un templo arqueológico. Cuando, para entrar a la vivienda, se cruza por el jardín, no es raro sentirse en un viaje al pasado.
Sus obras, elaboradas sobre todo con arcilla, gres o bronce, poseen apariencia orgánica y se yerguen como sacadas desde el fondo de algún mar, con agujeros, texturas y colores que hacen referencia a un ilusorio paso de los años. "Yo trabajo con la textura de la naturaleza y del tiempo, por eso hay tantas líneas curvas y esa apariencia accidentada de los efectos del viento o del agua. En mis piezas, la arcilla contiene la textura del tiempo".
Asegura que cada pieza, sobre todo sus Lugares sagrados, "son mundos posibles para hacer que la gente sepa que puede vivir entre arte, naturaleza y referencias espirituales a las cosas positivas, e intentar detener a las cajas de guardar personas que hacen ahora los arquitectos". Entre la indignación por el recuerdo de los edificios y la pasión por sus obras, declara que ella misma sería muy feliz de vivir "en cualquiera de los mundos" que ha creado, en los que converge la cultura celta con la religiosidad latinoamericana.
El taller de Dios
Los siglos que deben correr para erosionar a piedras del tamaño que simula Delozanne, son sustituidos, en este caso, por un promedio de 30 días de trabajo ininterrumpido en su taller principal, donde hay estantes repletos con maquetas de sus obras más reconocidas, sobre todo de las que han sido colocadas en espacios públicos (y que hoy lucen deterioradas), como Seres esenciales(1981), en el Parque Francisco de Miranda, o Ritual de lo entrañable (1987), que se encuentra en la estación Caño Amarillo del Metro.
Aunque afirma no pertenecer a ninguna religión, la figura de un Cristo crucificado se exhibe en una pared de su taller, donde también se encuentran un calendario con imágenes orientales, varios envases repletos de conchas marinas que ha coleccionado en playas de todo el mundo, y un bloc Caribe de dibujo que hace las veces de diario y de carpeta de bocetos. Pero lo más llamativo es una pieza a medio terminar y que mide, al menos, un metro de altura. "Me puse a hacer esta obra, pero ha sido difícil para mí por su peso y su tamaño". Es por ello que esta artista que ya cuenta con 84 años dice que ha tomado el rumbo de crear sólo esculturas en pequeño formato, como las 14 que serán mostradas a partir de hoy en la Galería Azularte de El Hatillo con su muestra individual Petit format. El tiempo, por fortuna, aún le ofrece caminos.
La permanencia
Con más de 50 años dedicada a las artes del fuego, Delozanne se declara preocupada por el estado actual de esta disciplina en el país. "Es complicadísimo conseguir los materiales para las piezas y, por ejemplo, yo tengo un horno que debo reparar y hacerlo es muy costoso". Aún así, y con la certeza firme de quien quiere seguir creado, la artista revela una ansiedad superior. Para nombrarla, ve a su alrededor, señala sus piezas, las nombra y se pregunta sobre el futuro de cada una. "Ahora me inquieta poder hacer una fundación, algo que me haga sentir que estas obras no van a perderse y que sirva para educar a los más jóvenes. Entiendo que tengo menos fuerza y mis hijas no viven en el país".
Antes de despedirse, tras mostrar una pieza de su biblioteca, cruza la sala, señala el teatrino italiano... hace sonar a Beethoven. Sueña.
mfernandez@eluniversal.com
La ceramista y escultora francesa residenciada en Venezuela Colette Delozanne, ganadora en 1977 del Premio Nacional de Escultura, ha descubierto la forma de tensar a su antojo los hilos del tiempo. Su casa, una guarida de belleza insospechable antes de entrar, contiene, al menos, una centena de las figuras sagradas creadas por ella, como si se tratara de un templo arqueológico. Cuando, para entrar a la vivienda, se cruza por el jardín, no es raro sentirse en un viaje al pasado.
Sus obras, elaboradas sobre todo con arcilla, gres o bronce, poseen apariencia orgánica y se yerguen como sacadas desde el fondo de algún mar, con agujeros, texturas y colores que hacen referencia a un ilusorio paso de los años. "Yo trabajo con la textura de la naturaleza y del tiempo, por eso hay tantas líneas curvas y esa apariencia accidentada de los efectos del viento o del agua. En mis piezas, la arcilla contiene la textura del tiempo".
Asegura que cada pieza, sobre todo sus Lugares sagrados, "son mundos posibles para hacer que la gente sepa que puede vivir entre arte, naturaleza y referencias espirituales a las cosas positivas, e intentar detener a las cajas de guardar personas que hacen ahora los arquitectos". Entre la indignación por el recuerdo de los edificios y la pasión por sus obras, declara que ella misma sería muy feliz de vivir "en cualquiera de los mundos" que ha creado, en los que converge la cultura celta con la religiosidad latinoamericana.
El taller de Dios
Los siglos que deben correr para erosionar a piedras del tamaño que simula Delozanne, son sustituidos, en este caso, por un promedio de 30 días de trabajo ininterrumpido en su taller principal, donde hay estantes repletos con maquetas de sus obras más reconocidas, sobre todo de las que han sido colocadas en espacios públicos (y que hoy lucen deterioradas), como Seres esenciales(1981), en el Parque Francisco de Miranda, o Ritual de lo entrañable (1987), que se encuentra en la estación Caño Amarillo del Metro.
Aunque afirma no pertenecer a ninguna religión, la figura de un Cristo crucificado se exhibe en una pared de su taller, donde también se encuentran un calendario con imágenes orientales, varios envases repletos de conchas marinas que ha coleccionado en playas de todo el mundo, y un bloc Caribe de dibujo que hace las veces de diario y de carpeta de bocetos. Pero lo más llamativo es una pieza a medio terminar y que mide, al menos, un metro de altura. "Me puse a hacer esta obra, pero ha sido difícil para mí por su peso y su tamaño". Es por ello que esta artista que ya cuenta con 84 años dice que ha tomado el rumbo de crear sólo esculturas en pequeño formato, como las 14 que serán mostradas a partir de hoy en la Galería Azularte de El Hatillo con su muestra individual Petit format. El tiempo, por fortuna, aún le ofrece caminos.
La permanencia
Con más de 50 años dedicada a las artes del fuego, Delozanne se declara preocupada por el estado actual de esta disciplina en el país. "Es complicadísimo conseguir los materiales para las piezas y, por ejemplo, yo tengo un horno que debo reparar y hacerlo es muy costoso". Aún así, y con la certeza firme de quien quiere seguir creado, la artista revela una ansiedad superior. Para nombrarla, ve a su alrededor, señala sus piezas, las nombra y se pregunta sobre el futuro de cada una. "Ahora me inquieta poder hacer una fundación, algo que me haga sentir que estas obras no van a perderse y que sirva para educar a los más jóvenes. Entiendo que tengo menos fuerza y mis hijas no viven en el país".
Antes de despedirse, tras mostrar una pieza de su biblioteca, cruza la sala, señala el teatrino italiano... hace sonar a Beethoven. Sueña.
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